domingo, 25 de diciembre de 2011

Brindemos por nuestra fortuita existencia, bebamos a la salud del enigma, la superstición, la sospecha.
Mañana danzaremos sobre la tumba de los ídolos inmolados, estatuaria hueca, atavismo febril y marchito. Esa será nuestra Larga Marcha, nuestra herejía íntima.
Siempre nos dio morbo lo eterno y temimos la fugacidad, lo erótico, el patetismo y la sangre. Sin saberlo siquiera, nos hemos dedicado a abrazar nubes de polvo estéril. Perseguimos el fenómeno, la mecánica, la solidez carismática y voluble de nuestras capacidades memorísticas; ansiamos el recuerdo plácido y forjamos un futuro deseable.
Fuimos desterrados de la jungla de la naturaleza en una suerte de ostracismo filantrópico, y hallamos la compasión y también la avaricia, el delirio, la desidia, la ley, el holocausto, la verdad y su prole falaz, la mentira.
Nos sobrevuelan satélites que certifican que el universo se expande, se fragmenta y retoza en el desorden, la entropía, mientras la gravidez se esfuerza secretamente por comprimirnos y recomponernos nuevamente.
Y anhelamos cazar el amor, tópico o atípico, pornográfico, platónico, como usufructo del ego, contractual, basado en la geometría pura o en el afecto rítmico. Sinergia en guerra abierta contra los abismos insondables de la soledad.
Mientras tanto, colegimos en que la vida nos devora dulcemente, nos atrapa en su sentido épico y nos conduce hacia el óbito, el último beso de la parca.
Divagamos, filosofamos, nos esforzamos por levantar nuevas religiones, y aún así, todo parece por antonomasia una extensión de la superstición en las palomas,un síndrome exótico de paranoia colectiva.
La cordura se traviste.

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